Ashgabat, la niña mimada del régimen

Las últimas noticias en Turkmenistán a raíz de la crisis del coronavirus han vuelto a poner de manifiesto que la capital, el orgullo marmóreo del régimen, sigue siendo la prioridad del gobierno.

A pesar del secretismo que rodea a Turkmenistán, Ashgabat es su ventana al mundo. Desde la independencia del país, miles de millones de dólares han sido malgastados para crear una cara fachada artificial de edificios de mármol, monumentos excéntricos y obras faraónicas de infraestructura. Mientras que algunos monumentos también pueden verse en otras ciudades, Ashgabat concentra la mayor parte de ellos, al igual que también disfruta otros privilegios.

Los pocos visitantes que logran acceder al país se llevan la impresión de una ciudad fantasmagórica, carente de ciudadanos pero con lujos superficiales. Una falsa sensación de prosperidad que se no se siente en las otras ciudades de Turkmenistán, ni tampoco en el Ashgabat real que el turista ocasional nunca verá. Los altos edificios de mármol, las estatuas doradas y las fuentes decorativas es lo que el régimen quiere que vean los extranjeros. En otras palabras, una historia de éxito irreal.

El favoritismo del régimen con la capital se hace más evidente en tiempos de crisis. A pesar de ser una nación con ingentes reservas de gas, Turkmenistán lleva años sumida en una crisis económica. El abastecimiento de comida ha sido un problema y, en línea con las políticas del gobierno, se ha priorizado el suministro a Ashgabat en detrimento de las provincias. Cuando la falta de alimentos golpeó a la ciudad el año pasado se puso de manifiesto el calado real de la crisis. Igualmente, las autoridades han blindado a Ashgabat de migrantes internos, prohibiendo la entrada a la urbe en busca de trabajo de ciudadanos de otras regiones, llevando a cabo redadas policiales tras las cuales son multados e incluso expulsados. La situación actual con el COVID-19 ha destacado una vez más la isla de mármol y oro que representa Ashgabat en medio del desierto.

A principios de febrero, las autoridades turcomanas construyeron un campo de cuarentena en Turkmenabat, la segunda ciudad del país, unos 600 kilómetros al noreste de la capital, cerca de la frontera uzbeka. Los pasajeros procedentes de China y otros países con un gran número de casos de coronavirus fueron internados allí. Además, los aviones de China, antes de que los vuelos fuesen cancelados, fueron desviados de Ashgabat a Turkmenabat. Sin una explicación oficial, parece ser como si el gobierno quisiese mantener el virus y sus rumores asociados lejos de la capital.  

Las restricciones de acceso a Ashgabat, ya habituales, incluyendo la prohibición del paso a aquellos con matrículas de fuera, se han visto reforzadas y la ciudad ha sido completamente aislada del resto del país para los no residentes. Solamente aquellos con permisos de residencia pueden embarcar aviones y trenes con destino a la capital, y lo mismo ocurre con otros vehículos. Mientras que Ashgabat está bajo bloqueo, también se han restringido los movimientos entre las provincias en el resto del país. Si el pasado es algo a lo que atenerse, se espera que Ashgabat reciba la mayor parte de los, pocos y pobres, recursos médicos y sanitarios del país, lo que no será suficiente de todos modos.

Es común que las capitales reciban la mayor parte del presupuesto y la atención del gobierno. Suelen ser consideradas en muchos aspectos el corazón de la nación y, con excepciones, también su centro político y económico. Sin embargo, el caso turcomano va más allá. Primero el presidente Niyazov y ahora su sucesor, Berdymukhademov, hacen de Ashgabat su escaparate en el que mostrar al resto del mundo su supuesta prosperidad, lo que también incluye estridentes monumentos en honor de sus líderes. Por ello, cuando una crisis, ya sea económica, social o sanitaria, llega a la capital es la señal de que la situación es verdaderamente preocupante. Ashgabat, la niña mimada del régimen, es la última en sentir los efectos negativos de lo que sucede en el resto del país, en Turkmenabat, Dashoguz, Balkanabat, etc. Pero ni su fachada de mármol ni los esfuerzos de las autoridades pueden hacer que la imagen prefabricada de perfección resista durante largo tiempo cuando vienen mal dadas.

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