Turkmenistán, el Kuwait que nunca llegó a ser

Turkmenistán es conocido a día de hoy por su excéntrico dictador y una crisis económica que ha llevado a problemas con el suministro de alimentos, un desempleo galopante y un éxodo para aquellos que pueden salir del país. Sin embargo, las cosas podían haber sido muy diferentes.

Turkmenistán emergió como una nación independiente de las cenizas de la Unión Soviética en 1991. Los primeros años tras la independencia fueron duros en los antiguos territorios de la URSS, pero Turkmenistán capeó el temporal relativamente bien y le fue mejor que a sus vecinos centroasiáticos e incluso que a Rusia. Por ejemplo, en el verano de 1992 un litro de gasolina costaba 45 rublos en Moscú y 5 en Asghabat, mientras que el precio de una barra de pan era de 5 rublos en la capital rusa y de 50 kopeks en su homóloga turcomana. Lo que había sido un rincón apartado del mundo soviético se encontraba en una situación mejor que la propia Rusia.

A pesar de la incertidumbre, Turkmenistán empezó a abrirse al mundo. Parece difícil de creer, más todavía teniendo en cuenta el aislamiento actual del país, pero entonces era posible hacer llamadas internacionales gratis desde las cabinas telefónicas públicas en las calles de Ashgabat. El optimismo de principios de los 90, junto a los bienes con los que había sido bendecido el país, hacían creer que Turkmenistán podría convertirse en una nación próspera.

Turkmenistán tenía los recursos naturales, el tamaño y el peso demográfico ideal para tener éxito, una combinación de la que ninguno de sus vecinos centroasiáticos disfrutaba. Con grandes reservas de gas (el sexto país del mundo en dicha categoría en la actualidad), un extensión parecida a la de España y una población de menos de 4 millones, Turkmenistán podía considerarse afortunado. Esta situación llevó al primer presidente del país, Saparmurat Niyazov, a presumir que Turkmenistán se convertiría en un segundo Kuwait donde todos conducirían un Mercedes. Y bien pudo haber sido el caso.

El fanfarrón de Niyazov, también conocido como Turkmenbashi, fundó un régimen que arruinó las expectativas del país de convertirse en un segundo Kuwait. Mientras que a Niyazov se le conoce por el extremo culto a la personalidad que estableció, no fue solamente la falta de democracia lo que evitó que Turkmenistán alcanzase su potencial. Al fin y al cabo, los países del Golfo Pérsico no son democracias y se han convertido en naciones prósperas para sus ciudadanos.

Una mala gestión económica, un régimen autárquico con inversión extranjera limitada, la falta de certidumbre legal para las empresas, la inexistencia de un mercado libre y una extensa red de corrupción que empezaba desde arriba, lastraron las aspiraciones del país e hicieron de la comparación con Kuwait un objetivo inalcanzable.

De Kuwait a Venezuela

Aunque Turkmenistán se convirtió en un ejemplo de lo que no hacer a lo que un país con recursos naturales se refiere, durante le época de Niyazov (1991-2006) al turcomano de a pie le fue mejor que a la mayoría de sus vecinos centroasiáticos. El precio del gas se mantenía alto, llenando las arcas del estado, o de Niyazov, para ser más precisos. Se estableció entonces un contrato social según el cual el gobierno subsidiaba gran parte de la economía y la situación financiera se mantenía estable, aunque sin que eso garantizara ninguna prosperidad. A cambio, los ciudadanos pasaban por alto el hecho de que vivían en una dictadura represiva.

Durante los primeros años del sucesor de Niyazov, Gurbanguly Berdimujámedov, la situación siguió su curso sin grandes cambios. Pero más tarde comenzó a caer el precio del gas, la falta de visión y la torpeza redujeron el número de mercados de exportación a uno (China) y la economía empezó a mostrar serias grietas. El gobierno rompió el contrato social y los ciudadanos tuvieron que empezar a pagar por el gas, el agua y la electricidad. Mientras el presidente malgastaba miles de millones de dólares en proyectos de infraestructura inútiles y otros monumentos narcisistas, el turcomano de a pie comenzó a sentir la escasez en todas sus formas. Tras la fachada de mármol, muchos turcomanos se vieron forzados a esperar horas para sacar dinero de cajeros automáticos, para comprar comida y otros tuvieron que vender sus posesiones para poder comer. Los turcomanos se han tenido que acostumbrar a lidiar con la inflación y el mercado negro, precisamente por una moneda inflada artificialmente con un tipo de cambio fijo decidido por el gobierno. A esto hay que añadir un sistema sanitario deficiente, ya antes de la pandemia, una corrupción que causa estragos en todos los ámbitos y un desempleo que podría estar por encima del 50%. Venezuela, en vez de Kuwait, parece ser ahora una comparación más acertada.

Se puede decir que Turkmenistán es otro víctima más de “la maldición de los recursos”. Tener recursos naturales, una demografía favorable y una situación geográfica beneficiosa no asegura el éxito. Desde Venezuela en Iberoamérica a Guinea Ecuatorial en África, la corrupción y gobernantes y élites incompetentes han despilfarrado el potencial de países que parecían destinados a la prosperidad y el éxito. Sin embargo, ninguno de ellos han tenido que soportar la falta de libertades y la represión que sufren los turcomanos.

Da pena pensar lo que Turkmenistán pudo haber sido y en lo que se ha convertido. Tenía lo necesario para convertirse en una nación próspera comparado con sus vecinos. Beneficiándose de unos ingresos estables por las ventas de gas, una situación privilegiada como punto de tránsito y una población pequeña, el presente de la nación pudo haber sido muy diferente de contar con una buena gestión. En vez de eso, es una dictadura feroz en la que la mayoría de sus ciudadanos no pueden llegar a fin de mes. Es una pena que, a pesar de su riqueza natural, Turkmenistán se encuentre en dicho estado pero lo más preocupante es el daño hecho a su futuro.

El renombrado poeta turcomano Magtymguly Pyragy escribió en el siglo XVIII los siguientes versos: “Un gran desastre ha llegado y ha golpeado a la gente, […] he estado esperando un largo tiempo, pero los buenos tiempos no han llegado”. Aunque es difícil imaginar que la situación cambie significativamente para bien las próximas décadas, esperemos que los buenos tiempos acaben llegando para la nación turcomana. Y para que eso pase, tienen que cambiar muchas cosas.

2 thoughts on “Turkmenistán, el Kuwait que nunca llegó a ser

  1. Christina Solis August 27, 2020 at 3:12 am

    ese fuego está caliente

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  2. Turkmenistán mira al Golfo - Blue Domes February 28, 2023 at 11:14 am

    […] al que aspirar, cuando Saparmurat Niyazov se jactaba de que su país se convertiría en un “nuevo Kuwait”, siguen siendo una fuente esperanzadora de inversiones muy necesarias para Turkmenistán. Pero, a […]

    Reply

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