En una jugada inesperada y que confirma problemas en la cúpula del país, el expresidente Nursultan Nazarbáyev ha decidido otorgarse nuevos poderes en detrimento del actual jefe del estado, Kasim Jomart Tokayev.
Hace algo menos de ocho meses, el primer presidente de Kazajstán, el septuagenario Nazarbáyev, decidió dar un paso al lado al frente del país y ceder el testigo de la presidencia al hasta entonces presidente del Senado, el exprimer ministro Tokayev. De esta forma, Nazarbáyev se aseguraba controlar la transición de poder en Kazajstán, evitando sorpresas tras su eventual muerte, aprendiendo de lo acontecido en Uzbekistán tras el fallecimiento en 2016 de su primer presidente, Islam Karimov. Pese a que Tokayev fue investido como presidente, Nazarbáyev, que se mantenía al frente del Consejo de Seguridad y del partido gubernamental Nur Otan, seguía llevando las riendas del país.
A pesar de que Tokayev, tecnócrata y figura transitoria, fue escogido a dedo por Nazarbáyev, en los últimos meses los kazajos asistieron a un cruce de acusaciones veladas entre ambos políticos. Tokayev llegó a mostrarse crítico con algunos de los asuntos en Kazajstán, incluyendo los problemas urbanísticos, y de corrupción, de la capital, Nur-Sultan, proyecto personal de Nazarbáyev.
Elbasy, o líder de la nación, como también se conoce a Nazarbáyev, ha dado un golpe de efecto y, a través de un decreto presidencial, se ha otorgado la potestad de supervisar el nombramiento de los ministros del gobierno, a excepción de Interior, Asuntos Exteriores y Defensa, así como de los gobernadores e importantes cargos de la Administración pertenecientes a la Fiscalía General, los servicios de inteligencia y el Banco Nacional, entre otros.
Desde el gobierno se ha hecho lo posible por no dar publicidad al decreto presidencial. Los medios del país no se han hecho eco de los cambios y éstos tampoco aparecen mencionados en la web del presidente de Kazajstán. Un portavoz de Tokayev ha admitido los cambios pero ha tratado de restarles importancia tildándolos de rutinarios. Sin embargo, lo cierto es que ese no es el caso.
Nazarbáyev ha vuelto, aunque realmente nunca se fue. Pese a que estaba dirigiendo el país desde su retiro dorado, ahora lo hace de manera más cercana, limitando las grietas en la lealtad hacia su persona que pudiesen surgir durante la presidencia de Tokayev. La lealtad es el bien más preciado en los regímenes autoritarios y Kazajstán no es ninguna excepción.
Nombrar a un delfín que se mantenga leal es más raro de lo que parece. El caso de Putin con Medvedev es la excepción. Aunque son escenarios y realidad diferentes, lo más normal es que suceda lo que ocurrió en el vecino Kirguistán con Atambayev y Jeenbekov, en Turquía con Erdoğan y Davutoğlu o en Colombia con Uribe y Santos. Para los que se retiran es difícil dejar el poder, y los sucesores suelen ignorar o contradecir a sus mentores con el tiempo. En el caso de Kazajstán no se ha llegado a ello. Nazarbáyev se cuida de tenerlo todo atado y no le temblará el pulso a la hora de seguir tomando decisiones para evitar que se forme un duopolio.
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