Timur, o Tamerlán como también se le conoce, ha monopolizado gran parte de la historia de Asia Central, desviando la atención de otros personajes fascinantes y periodos que han dado forma a la región. Su relevancia histórica, junto a la fascinación que ha inspirado en Occidente y los esfuerzos del Uzbekistán moderno de erigirlo en el fundador de la nación, han hecho que Timur haya eclipsado a una dinastía que se convirtió en el gran poder de Asia Central en el siglo XVI y que dejó una huella imborrable en la composición de la región. Dicha dinastía es la de los shaybánidas.
El viajero que hoy deambula por las calles de Bujará, admirando sus mezquitas, madrasas y khanqahs, estará, probablemente sin saberlo, siendo testigo del esplendor que todavía perdura del Janato de Bujará, que en su punto más álgido se extendía desde Herat en el sur al Turkestán kazajo en el norte, desde las orillas del mar Caspio en el oeste a la frontera occidental de China en el este. ¿Quiénes eran los shaybánidas y cómo lograron gobernar Asia Central durante un siglo?
Como la mayoría de los estados que surgieron en la región tras la invasión mongola, los shaybánidas descienden de un príncipe mongol, en este caso de Shayban, del que tomaron el nombre, un nieto del mismísimo Gengis Jan por su hijo mayor Jochi. Era una de las muchas tribus que en ese momento componían el Imperio mongol y, tras su caída, la Horda Dorada. Más tarde, la confederación adoptaría el nombre de uzbekos, en posible referencia a un gobernante de la Horda Dorada bajo el que sirvieron, Uzbeg Jan (r. 1313-1341).
Los shaybánidas empezaron a hacerse notar bajo el liderazgo de Abul Jayr (r. 1428-1468), quien unió diferentes tribus y fundó un destacable estado en lo que hoy es Kazajstán. Sin embargo, dónde Gengis Jan triunfó él fracasó y su legado se comenzó a derrumbarse antes de su muerte. La derrota contra otra tribu mongola, los oirates, supuso un duro golpe para sus aspiraciones, que también se vieron mermadas por la deserción de dos de sus vasallos, Kerey y Janibek, que terminarían por fundar el Janato Kazajo. Acabaría siendo su nieto, Muhammad Shaybani quien no sólo igualaría a Abul Jayr, sino que acabaría por superarlo y asentaría a los shaybánidas en su hogar definitivo.
El ascenso de los shaybánidas
Muhammad Shaybani (1451-1510) empezó su ascenso al poder como soldado de fortuna, granjeándose apoyos y victorias hasta que se convirtió en un conocido caudillo. A lo largo de la historia, un gran número de conquistadores nómadas fueron usados como soldados por sus patrones sedentarios y, en muchos casos, los empleados acabaron derrocando a sus empleadores y fundaron sus propios imperios. Shaybani por su parte fue contratado por el gobernante timúrida de Samarcanda. Ahmed Mirza era uno de los príncipes timúridas que gobernaba de manera autónoma lo que quedaba del imperio de Timur, que comenzó a fragmentarse tras su muerte. Dicha situación jugó a favor de los shaybánidas, que no tuvieron que hacer frente a un enemigo coordinado en lo que hoy es Uzbekistán y Afganistán.
Shaybani no sirvió a Ahmed Mirza durante mucho tiempo ya que le traicionó en la batalla del río Chirchik (1488) y acabó conquistando Samarcanda para sí mismo, al igual que los otros territorios timúridas en Asia Central, lo que le convirtió en la figure más poderosa de la región y le sirvió para construir los cimientos de su janato. La captura de Herat terminó por desencadenar un conflicto con los safávidas, una nueva dinastía persa fundada por el sha Ismail I. Ambos monarcas se vieron las caras en el campo de batalla en 1510 a las afueras de Merv (Turkmenistán). Los uzbekos, que superaban en número a su enemigo, cayeron en una trampa de retirada fingida, una táctica clásica de los guerreros nómadas, y fueron seriamente derrotados. Muhammad Shaybani se encontraba entre las víctimas y, en una escena propia de Juego de Tronos, el sha convirtió su cráneo en un recipiente para beber.

Como era de esperar, la muerte de Shaybani fue un desastre para los uzbekos y la autoridad de sus sucesores se vio debilitada. Los safávidas recuperaron gran parte de las conquistas de Shaybani y se aliaron con Babur, un príncipe timúrida que acabaría fundado el Imperio mogol y que todavía trataba de reconquistar sus territorios ancestrales. Los uzbekos por su parte estrecharon lazos con los otomanos, los archienemigos de los persas. De todas formas, los safávidas seguían teniendo ventaja. Apoyados por Babur, cruzaron el Oxus e invadieron el corazón del janato shaybánida. El avance persa, al igual que las aspiraciones de Babur, llegó a su fin en 1512 en la batalla de Ghazdewan, en Uzbekistán, donde los uzbekos derrotaron a los invasores pese a estar en clara inferioridad numérica. Babur logró escapar del desastre pero el general safávida fue capturado y decapitado. El hombre que ordenó su ejecución no fue otro que Ubaidulá, que había comandado el centro uzbeko y a la postre se convertiría en uno de los grandes gobernantes shaybánidas.
Sobrino de Muhammad Shaybani, Ubaidulá subió al poder durante el reinado de Kuchum (1512-1531), quien era el jan nominal pero delegaba en él los asuntos militares. Ubaidulá retomó las campañas contra los safávidas y Herat y otras ciudades importantes de la región cambiaron de manos en multitud de ocasiones. Tras un interludio durante el reinado de Abu Said (1531-1534), que no apoyaba las guerras de Ubaidulá en Persia, él mismo se convirtió en jan (r.1534-1539).
Gracias a las campañas persas de Ubaidulá, los shaybánidas acumularon botín y riqueza, que en parte sirvieron para financiar la construcción de la magnífica madrasa de Mir-i-Arab, donde el jan sería enterrado. Aparte de su faceta militar, Ubaidulá también fue un hombre de letras y, bajo el seudónimo de ‘Ubaidi’, escribió poesía en persa, árabe y túrquico. Una pasión que también heredó su hijo Abdul Aziz, que también compuso versos y reunió una impresionante biblioteca durante su etapa al frente de Bujará (1540-1551). Ubaidulá hizo de Bujará su capital y a partir de ese momento se convertiría en el centro político y cultural de lo que terminaría siendo conocido como el Janato de Bujará.

La era dorada de los shaybánidas
Tras la muerte de Ubaidulá, el janato fue víctima de la inestablidad, con cuatro kanes diferentes en 22 años que no fueron capaces de hacer valer su autoridad. El janato se dividió en feudos autónomos en manos de diferentes miembros de la familia que guerreaban entre ellos para aumentar sus dominios. De entre este caos emergió quien se convertiría en el gobernante más importante de la dinastía, Abdulá Jan II.
Primero bajo el reinado nominal de su padre, el pío Iskander (1561-1583) y más tarde como jan (1583-1598), Abdulá Jan luchó contra sus familiares y reunificó los territorios shaybánidas. Posteriormente lideró numerosas campanyas contras los persas, jorezmitas y kazajos, extiendo las fronteras del janato y capturando importantes ciudades como Herat, Mashhad y Astarabad, en Persia, Jiva y Urgench, en Jorasmia, y Sayram, en Turkestán. Al mismo tiempo, mantuvo unas relaciones cordiales con los mogoles.
Además de ser un consumado militar, Abdulá Jan también fue un distinguido poeta, como lo fueron sus predecesores. Gracias a la estabilidad interna, Bujará prosperó como la capital, atrayendo a artistas, intelectuales y mercaderes de la región y más allá. Durante dicho periodo se construyeron hermosas edificaciones como los conjuntos arquitectónicos Kosh y Hoja Gaukushan en Bujará, y las madrasas de Kukeldash en Bujará y Tashkent, por nombrar algunos, que se unieron a otros monumentos shaybánidas construidos en las décadas anteriores como la gran mezquita Kalyan o la madrasa Mir-i-Arab en Bujará. Estos monumentos puede que no sean tan imponentes como los construidos por Timur, pero no por ello son menos impresionantes.

Abdulá Jan II fue un gran gobernante pero no un buen padre. Su amor por su único hijo llevaría a la dinastía a su final. Abdul Mumin, un príncipe impulsivo y consentido, desobedeció a su padre en varias ocasiones, siendo perdonado por Abdulá Jan pese a las advertencias, hasta que terminó rebelándose contra él poco antes de su muerte. Tras el fallecimiento, Abdul Mumin se convirtió en el nuevo jan y llevó a cabo una purga entre los partidarios de su padre. Entre ellos se encontraba el hábil y leal Kulbaba, quien mantuvo y defendió Herat durante años y advirtió a Abdulá Jan sobre su hijo. Además, fue él quien dio nombre a las madrasas Kukeldash (Kukeldash significan ‘hermano adoptivo’ en referencia a la relación entre Abdulá Jan y Kulbaba). Como venganza, Abdul Mumin capturó a Kulbaba y le metió en una jaula diseñada con púas en su interior, la cual puso a su vez encima de camello para que se le clavasen al general con al vaivén del animal. Tras torturarle, el nuevo jan le ejecutó él mismo disparándole con un arco. Las acciones de Abdul Mumin soliviantaron a los nobles, quienes se rebelaron y le mataron tras apenas unos meses en el poder.
Al igual que las gotas de agua que desaparecen en las arenas del Kyzyl Kum, la dinastía shaybánida y la hegemonía regional del Janato de Bujará se evaporaron tras la muerte de Abdul Mumin. Lo que siguió fue un largo viaje por el desierto del anonimato histórico hasta la invasión de la región en el siglo XVIII por Nader Shah y, principalmente, el Gran Juego entre británicos y rusos en el siglo XIX. Pero para entonces el janato, y posteriormente el emirato, de Bujará, que en su apogeo fue una potencia militar y cultural que compitió con safávidas y mogoles, no era más que un pie de página en la historia de la región.
Para más información:
Haidar, Mansura (2002). Central Asia in the Sixteenth Century. New Delhi: Manohar.
Grousset, René (1970). Empire of the Steppes. New Brunswick: Rutgers University Press.
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