Tal y como era de esperar, las autoridades uzbekas han denegado el registro a un partido opositor, allanando el camino para unas elecciones presidenciales en octubre sin oposición. Una oportunidad perdida para el presidente Shavkat Mirziyoyev y su narrativa reformista.
Desde comienzos de año, estaba claro que ninguna figura de la oposición participaría en las elecciones presidenciales de Uzbekistán. Los obstáculos burocráticos por parte de las autoridades para el registro de los partidos de la oposición, así como episodios de intimidación física, manifestaban que el gobierno no tenía intención alguna que se estableciesen partidos de forma legal. Esto se convirtió en un hecho el 21 de junio.
En dicha fecha, el Ministerio de Justicia denegó oficialmente el registro al Partido Socialdemócrata “Verdad y Progreso” (Haqiqat va Taraqqiyot en uzbeko). Se trata de la segunda, y última, vez que las autoridades bloquean el registro del partido, habiéndose anunciado ya en mayo la misma decisión. La autoridades citan la imposibilidad del partido de lograr recoger las 20.000 firmas necesarias aunque en realidad ese hecho es irrelevante: independientemente del número de firmas, el partido no iba a ser aceptado por el ministerio.
A principios de año, el partido fue hostigado por las autoridades, boicoteando los eventos del partido y deteniendo a su líder, Hidirnazar Allaqulov, horas antes de un congreso en el que sería nombrado como presidente de la formación.
El Partido de la Verdad y Progreso no es la única formación opositora en el país, aunque todas ellas hacen frente al mismo desenlace. El veterano partido Erk (Libertad) anunció en abril que presentaría un candidato a las elecciones presidenciales, pero el ministro de Justicia uzbeko ya les avisó en el 2020 que no sería legalizado (el partido fue ilegalizado en 1993).
Una oportunidad perdida
El Uzbekistán del presidente Shavkat Mirziyoyev se ha estado posicionando como un país en la senda de las reformas. Mientras que Uzbekistán se ha abierto al mundo y está llevando a cabo una política exterior proactiva, tiene en las reformas domésticas su gran asignatura pendiente. Al no permitir que la oposición participe en las elecciones presidenciales de octubre, Mirziyoyev parece justificar los argumentos de sus críticos, quienes dicen que las reformas no son tales. Esto tiene lugar al mismo tiempo que Uzbekistán hace frente a problemas en sus relaciones públicas debido a temas como la encarcelación de un bloguero, la acreditación de una corresponsal extranjera y la falta de derechos del colectivo LGBTI, por mencionar algunos.
La inclusión de Allaqulov en las papeletas electorales habría sido un escenario del que Mirziyoyev sólo se podría haber beneficado. Por un lado, habría mostrado tanto en casa como en el extranjero que las reformas van en serio y que se están produciendo una verdadera mejora en materia de derechos y libertades. La última, y única, vez que un opositor se presentó a las elecciones presidenciales uzbekas fue en 1991. Por lo tanto, habría sido un gesto simbólico de gran importancia para el país y la región. Por otro lado, de todas formas Mirziyoyev habría ganado las elecciones por un amplio margen. Allaqulov, un antiguo rector universitario desconocido para la gran mayoría de la sociedad, no es ninguna amenaza para él.
Siendo pragmático, incluso si se permitiese a Allaqulov, o a cualquier otro opositor, presentarse a las elecciones, no tendría ninguna oportunidad de ganar. En primer lugar, las elecciones no serían justas ni libres, y lo más probable es que los resultados fuesen manipulados. En segundo lugar, su capacidad de darse a conocer sería muy limitada debido a la falta de una prensa libre y el uso por parte del gobierno de los recursos estatales. En tercer lugar, si en las semanas antes de las elecciones Allaqulov emergiese como una verdadera amenaza, algo improbable, las autoridades podrían prohibir su presencia en las urnas mediante cualquier excusa legal o burocrática.
La denegación del registro al Partido de la Verdad y el Progreso, y por lo tanto la falta de candidatos opositores en las elecciones de octubre, es una oportunidad perdida para Mirziyoyev. La cantidad de material propagandístico y de relaciones públicas que las autoridades uzbekas habrían obtenido de permitir la participación de Allaqulov compensaría con creces cualquier preocupación. Se hubiese convertido en un importante activo para su narrativa reformista, aunque en términos reales sería un cambio más simbólico y cosmético.
Sin embargo, las autoridades se han decantado por el enfoque cortoplacista de negar la participación de un partido opositor. Otro recordatorio de que el “viejo Uzbekistán” sigue muy presente.
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